Miradas -un relato corto-

Gilberto toma una copa, sólo, en un concurrido pub. Está acostumbrado a ello. A la soledad me refiero. No es Alain Delon, y lo sabe. A veces piensa que no llega ni al Tony Leblanc de los mejores años.
Es un buen aficionado al cine –siempre he pensado que este es el vicio de los solitarios, amén de otros más íntimos-. En el fondo es un soñador. Pone toda su vida en relación con el sueño que un día hicieron realidad los Lumiere. Si, sin duda, es un soñador. Le encantaría poder llegar a fusionar su propia realidad con alguna ficción en la que él fuera el protagonista, y de la que no pudiera salir nunca más. Pero hoy no va a ser el día. O quién sabe, quizás si.
Esta noche está metido en la misma rutina de siempre, doce de la noche, buen ambiente, chicas guapas, chicos guapos -sí también lo ha pensado, pero no le acaban de convencer-, y como siempre, sólo. Nada cambia su guión. Como si del trazo de un delineante se tratara, el curso de su vida personal es lineal, sin altibajos que le den emoción.

En el lado opuesto del antro, Alicia termina su Coca-Cola a la manera de siempre, rápido, de un tirón, para que el gas entre con toda su fuerza. Está acostumbrada. Le gusta sentirse pesada. Aunque parezca increíble, la sensación de flatulencia le provoca placer. La libera, y la liberación de algo que molesta siempre ha sido placentera. Lleva buscando provocarse esa sensación desde que era una niña, cuando en uno de esos típicos y aburridos cumpleaños de niños, se atiborró del dulce sirope gaseoso, y a punto estuvo de reventar. La sensación fue francamente mala, pero no pudo evitar sentirla, al mismo tiempo, como gustosa. No se, todos tenemos alguna parafilia oculta, ¿no? Piénselo con calma verá como encuentra la suya.
Su vida tampoco ha estado salpicada, al igual que la de Gilberto, de muchos momentos realmente excitantes. Que ella recuerde no ha tenido ninguno. Ni siquiera ha tenido un contacto sexual con alguien por mínimo que este fuera. Bueno sí –recuerda- una vez en la cola del baño de un café un chico que salía le rozó las tetas. Estuvo bien, aunque notó más un calambre que una caricia. Sigue creyendo que su flatulencia le provoca más placer. Que le vamos a hacer.

En un momento de la noche, cuando todo hacía indicar que la noche volvería a acabar en un revolcón solitario de almohada, y un nuevo atracón de refresco de cola. Saltó la chispa. Un hueco entre la gente que bailaba les puso en conexión visual directa. Se miraron. Hola –pensaron, para sí mismos, ambos- ¿qué tal? ¿Estas sólo? ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? ¿Tú nombre cuál es?
Tras pensar largo rato lo que se dirán, mientras mantienen la mirada a través de aquella cortina humana, que milagrosamente, como si alguien sujetara al personal para que no se cruce, sigue abierta de par en par para que no pierdan ni un detalle el uno del otro. El pensamiento sigue fluyendo y, en determinado momento, ambos llegan a la parte tórrida de toda relación entre humanos. La imaginan. Las caricias. Los besos. La piel ardiente y erizada. El deseo lujurioso cada vez más intenso. Y la disfrutan como si la hubieran vivido ya. La mente humana, a veces, nos hace vivir experiencias previas casi más placenteras que las reales.

Esto promete. El cinéfilo Gilberto y la adicta al gas Alicia están en sintonía, están disfrutando del sexo en plena noche de copas y sin tocarse, tan solo cruzando las miradas. Fantaseando como solo un hombre y una mujer saben hacer, pero sin rozarse.

De repente la multitud cierra el canal abierto entre ellos, y la comunicación desaparece. Bruscamente son apartados a su realidad solitaria de hace 20 minutos.

Sobresaltada, quizás todavía, Alicia, tras reponerse, da un trago largo a su Coca-cola. Extrañada observa que no nota nada. La sensación de placer ha desaparecido. Harta de refresco, la deja.
Gilberto, entre la multitud, encuentra a Andrés, amigo de la infancia al que no veía hacía tiempo. Se pierden en saludos y abrazos.

De Alicia y Gilberto no queda nada de lo que pudo haber sido. Tan sólo un regusto extraño de lo que pudo haber sido. Tan sólo una de tantas oportunidades perdidas.

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